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Qué felicidad... ¡Hoy he tenido un hijo!

Nunca pensé que tener un hijo fuera a remover tantas cosas dentro de mí. Desde el momento en que supe que venía en camino, sentí una mezcla de emoción, miedo y una especie de vértigo que no sé ni cómo explicar. Por un lado, no podía dejar de imaginar su carita, sus manitas o cómo sería su llanto. Pero por otro, cada ecografía, cada revisión, me ponía el corazón en la garganta. Tenía miedo por ella, por Luna, por todo lo que estaba pasando y porque me sentía un inútil en el proceso.

Y vaya si ha sido largo. A veces parecía que el tiempo se detenía. Pero luego, cuando menos lo esperas, ahí estás, en el hospital, con los nervios a flor de piel, escuchando su llanto por primera vez. Y en ese instante todo cambia. Todo el miedo, toda la incertidumbre… se transforman en algo que no sabría ni poner en palabras. Es como si de repente todo tuviera sentido.

Lo había soñado tantas veces… Tenerlo en brazos, sentir su calor, mirarlo y saber que ese pequeño ser es parte de ti y de mí. Y ahora que está aquí, cada mirada, cada gesto, me recuerda que todo valió la pena. Que el miedo fue solo una parte del camino, y que ahora empieza lo verdaderamente bonito.

Luna, amor mío, lo has hecho genial. Si siempre he sentido admiración por ti, ahora muchísimo más. No sabes lo valiente que has sido, lo bien que lo has hecho todo este tiempo... Gracias por este regalo de navidad, por el mejor regalo que nunca nadie me ha dado.

Os quiero.